Hace un tiempo, buscando testimonios sobre el Maestro Julio Castro, llegamos al Almacén del Triunfo, un boliche rural de Paso de los Novillos, Tacuarembó. Allí nos encontramos con don Juan Roldán, que había sido peón de Julio por aquellos campos antes de las inundaciones del 59. Por la bondad y persona de bien, Julio se lo llevó a Montevideo y allí fue su amigo y secretario durante varios años.
Antes de las preguntas, el primer recuerdo de Juan sobre Julio es sobre el último día que lo vio. Julio Castro “salió un viernes a eso de las ocho o las nueve, en un auto viejo que tenía –era un chiche el auto- y dos bolsos grandes”. Recuerda sus problemas de salud, agravados después de haber estado preso. Juan recuerda que en esos días, Julio le decía que no podía salir porque lo iban a encontrar. Lo estaban buscando. El día anterior a la partida, Julio le dijo a su amigo: “mañana a las ocho o las nueve vos te venís acá que yo te voy a dar la última mirada de cerca”. “El intentó hacer ese viaje; él me dijo que iba a hacer ese viaje. Llevaba dos valijas y yo no le iba a preguntar qué llevaba. Y se fue…”. Se fue solo. “Yo me voy, no sé para dónde, Negrito. Pero un día vas a tener noticias mías”, fue lo último que le dijo Julio. “Lagrimeaba el viejo”, recuerda Juan, también con emoción. Le dio a entender que no iba a volver. Y ya no lo volvería a ver.
10 años después, en el Paraninfo de la Universidad, el Mtro. Soler se refería a Julio como “persona buscada a seguir buscando”. Y lo encontramos y él nos encontró a nosotros. Para hacer justicia a Julio “si el tiempo se nos va, otros lo harán por nosotros”, había dicho su compañero Carlos Quijano.
Ni las amenazas, ni el cierre de Marcha, ni la prisión en el Cilindro, ni los interrogatorios, ayer supimos que ni siquiera la tortura pudo con Julio. Tuvieron que fusilarlo, cobarde y estúpidamente.
Juan Roldán recuerda que Castro era amigo de todos los peones. Le decía: “mirá Negrito, yo no soy de las personas que uso el corazón sólo para vivir. Si pudiera dar un cachito de mi corazón a cada ser humano, yo les daba”. Y nos sigue dando.
Mtro. Limber Santos Casaña.
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